miércoles, 3 de julio de 2019

LA  UNIÓN  EUROPEA  EMITE  UNA  SEÑAL  DÉBIL ... PERO  ADELANTE.

Lo siento, así lo pienso a bote pronto a la vista de los cambios al más alto nivel institucional de la Unión, tras maratonianas reuniones y un tortuoso consenso y equilibrios que no auguran grandes horizontes al corto y medio plazo.

Se dirá que es lo que hay y ese es un dato inapelable, pero para avanzar y recuperar no poco del terreno perdido, la Unión debe plantearse no sólo lo que hay sino lo que necesitamos que haya. Una apuesta, con la dosis inevitable de riesgo que ella comporta, frente a constatar una  mera resignación.

Preocupa la baja intensidad y nervio del consenso alcanzado pero preocupa más, a mí al menos, cómo se ha alcanzado. El consenso anterior, logrado en Japón, en la cumbre del G-20, entre Merkel y Macron, con el apoyo de Sánchez y algunos otros, preveía la presidencia de la Comisión para un socialista holandés, moderado y de mirada abierta hacia el sur de Europa y el dolor de inmigrantes y refugiados, así como hacia América Latina (habla castellano a la perfección). Me refiero al compañero Frans Timmermans.   Esa sí era una señal fuerte para una Unión cuyas clases trabajadoras y populares, en el sur muy especialmente, habían sufrido -y sufren- los efectos de una crisis devastadora y de las políticas de austeridad en vigor desde hace una década larga, y que tantos réditos electorales han dado a la extrema derecha neofascista, xenófoba y antieuropea.

De vuelta de Japón, en la cumbre europea, ese consenso fue saboteado sin miramientos por los burócratas más derechistas del Partido Popular Europeo presionados, a su vez, por los sectores más ultras y antieuropeos, para los cuales Frans Timmermans es una especie de bestia parda pues abogó en su día por sancionar y poner en cuestión, incluso, la pertenencia a la Unión de esos siniestros partidos y gobiernos (el PPE, al igual que su filial español, cree que a la extrema derecha neofascista se la neutraliza asumiendo sus políticas, los muy insensatos). Una vez aniquilada la candidatura de Frans Timmermans por las extremas derechas europeas que no tenían ni propuesta ni proyecto alguno, y sin mediar una resistencia significativa de parte de Merkel, Alemania y Francia echaron mano del revolver del poder y pusieron orden en claves  nacionales propias más que en clave europea. Por ello, la presidencia de la Comisión la ejercerá una señora más que notable sin duda, Ursula von der Leyen, y cuyo mayor mérito parece ser ser una sombra discreta de Angela Merkel. Y la presidencia del Banco Central Europeo será para la francesa Cristine Lagarde, la ortodoxia neoliberal y monetarista que desembarca en Europa desde la dirección del turbio FMI y un pasado francés no exento de sospechas.

En cuanto a Josep Borrell, la gran baza de la socialdemocracia  europea en esta complicada trama de pactos y repartos, no seré yo quien quite valor a su importante cargo al frente de la política exterior de la Unión, no en balde soy socialista, español y radicalmente europeista, y por esa triple condición, y porque la irrelevancia de España en Europa durante el mandato de Rajoy era indignante, me parece sumamente importante esto. Pero que tanta luz no nos ciegue, añado, pues el problema de fondo es la falta de una política exterior común, una falta entre otras, y eso no va a poder resolverlo Borrell solo, si bien es cierto que puede contribuir a construir esa política exterior común mejor que nadie. Yo me conformaría con que Borrell trabaje para que la Unión recupere la dignidad, el humanismo y el respeto a la legislación internacional en el trato a los inmigrantes y refugiados que solicitan nuestra ayuda y no pocos de ellos reciben el rechazo y la muerte en el Mare Nostrum. Es más, espero, deseo, exijo, que Borrel ejerza de socialista y europeista fuera de toda duda en este doloroso contencioso.

Acabo. El Parlamento Europeo deberá ratificar el consenso institucional alcanzado. Si no lo hiciera, en todo o en parte, sería una auténtica catástrofe que ni imaginar quiero. Mis reservas ante este consenso lo son desde un radical europeismo, pues sin una Europa fuerte y bien concluida en su construcción histórica, ningún país o sociedad tiene salida por sí solo. Nada que ver con el antieuropeismo que tantos indeseables, desde dentro y desde fuera de la Unión, practican en un intento -espero que inutil- de abortar el proyecto de una Europa de Paz, Democracia, Solidaridad, Derechos Humanos y Progreso, en los que se inspira la Unión tras nacer de las cenizas devastadoras de la IIª Guerra Mundial.

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