martes, 19 de noviembre de 2019

UN IRLANDÉS INTERMINABLE.

Hacía muchos años que no veía una sala de cine abarrotada. Cierto que era una sala de estas minis de ahora, de la docena que Balañá tiene en una antigua plaza de toros. No sé si el producto merecía el gentío. Me refiero a "El irlandés", la última de Scorsese, casi cuatro horas que salvan tres monstruos como Robert de Niro, Joe Pesci y, sobre todo, Al Pacino que sublima la interpretación de Jimmy Hofa, el mítico lider sindical de los camioneros norteamericanos y paradigma de la penetración de la Mafia en los grandes gremios de la época. Si no fuera por estos tres fenómenos la película se sumiría en el sopor de sus obviedades.

El mamotreto de casi cuatro horas, como dije, está concebido y presupuestado para trocearlo en fragmentos pequeños en Netflix; pero todo de golpe, como película convencional, es demasiado en forma y fondo.

Sin la menor duda, vaya mi reconocimiento a la obra de Martin Scorsese como uno de los referentes obligados en la Historia del cine. Pero si lo que pretendía con "El irlandés" era dar el do de pecho del cine de gansters, la verdad es que debió reparar que con "El padrino" y la serie de "Los Soprano" el listón quedó muy alto, punto menos que imposible de saltar, incluso para él.

Dicho lo dicho, vale la pena verla en pantalla grande y sonido de verdad, mejor que dejarse los ojos en la pantallita del movil, aunque solo fuera por el espectáculo de esos tres italianos en acción: Robert, Joe, Al ...

Por cierto, como tengo por costumbre camino del cine de resonancias taurinas, recalé antes a comer en el restaurante que hay en la ONCE justo enfrente, Gran Vía por medio. Me aceptaron como uno más pese a que estaba abierto exclusivamente para unos equipos de futbol-sala y afiliadas y afiliados que habían ido a la manifestacion contra el cáncer de mama. Honor que me hicieron. Me mandé una fideuá y un bacalao con xanfaina, y un par de tientos de un rosado muy digno, y un crocanti con su chorrito de guisqui y todo, y un expreso bien cargado con su inherente chupito de ron pujol ... que no se lo saltaba un gitano. Cada vez voy más a ese restaurante, porque me siento muy a gusto entre la clientela habitual, gente buena y de categoría, y porque me fascinan los perros-guía; increibles. En fin.