En la antigüedad, y
hasta no hace tanto tiempo, los viejos eran bienes muy apreciados. Se valoraba
su experiencia vital como fuente de sabiduría, de integridad moral, de
testimonio y ejemplo a imitar, de transmisores de tradiciones, culturas,
lenguas, oficios, habilidades artesanales, etc. Es decir, en muy buena medida
los viejos eran el motor de las sociedades antiguas.
Con la llamada
modernidad y el ascenso de la sociedad industrial los viejos van perdiendo
progresivamente esa centralidad socio-cultural, familiar, etc. Las formas de
transmisión y aprendizaje cambian radicalmente. Son la fábrica, los medios de
comunicación y la extensión de la educación e instrucción públicas los nuevos vehículos
para aprender, saber y producir. Todo ello, obviamente, en detrimento de los
viejos como nexos y puentes inter-generacionales.
Además, en la
sociedad industrial, la lógica económica y productiva desplaza por completo a
los viejos. Son inservibles. Las duras tareas fabriles requieren de mano de
obra joven y vigorosa –niños, en muchos casos- durante el mayor numero de horas
al día y por una retribución que alcance apenas para reponer el consumo calórico.
Esa es la razón de que durante casi un siglo tras la revolución industrial
fueran los niños y los viejos las mayores victimas del capitalismo salvaje y
ultra-liberal (¿dónde he oído yo eso últimamente? que ésta alumbró. Los
primeros por sobreexplotación, los segundos por abandono, dada su inservibilidad
productiva.
Tendría que pasar
mucho tiempo, esforzadas luchas y avatares sociales, cambios políticos,
desarrollos legislativos, etc., para que los niños y adolescentes vivieran en
escuelas e institutos y no en fábricas,
y los viejos tuvieran asegurado el derecho a vivir dignamente –con júbilo,
incluso- el último tramo de una vida largamente productiva, (en ambos casos me
refiero sólo al llamado primer mundo, claro).
El avance de la
medicina y la extensión de los servicios de salud llevó a un notable aumento de
la esperanza de vida de la gente, que se dobló en apenas dos siglos, llegando a la media actual
de unos 80 años en las sociedades enriquecidas como la nuestra.
Estos avances que,
sin duda alguna, han contribuido a una enorme mejora en la calidad de vida de
los viejos, han contribuido paradójicamente
a su vez a agravar la percepción social de la vejez como problema de
fondo casi irresoluble. La causa de esa percepción es debida, sobre todo, a los
altos costes financieros que suponen las pensiones y la asistencia sanitaria
para jubilados que viven cada vez más y que son, a la vez, viejos que producen
más gasto sanitario y por más tiempo.
Esa percepción es
inducida, exagerada y manipulada por los delincuentes de cuello y manos blancas
que han provocado esta crisis-estafa y tienen como objetivo, entre otros
igualmente bastardos, hacer negocios privados con las pensiones y la asistencia
sanitaria pública de los viejos. No tienen el menor reparo en acusar a las
pensiones y a la sanidad públicas, y a los viejos, sus mayores beneficiarios,
de todos los dramas que acarrea esta crisis y del hundimiento del Estado Social
por inviabilidad financiera. La altura del listón de esas acusaciones la ha
puesto ese ministro japonés, un cerdo de proporciones mayúsculas e instinto
genocida, que ha declarado que lo mejor que pueden hacer los viejos y
pensionistas es morirse cuanto antes en vez de arruinar las finanzas estatales
sentados ociosos ante el televisor… Como si los pobres viejos japoneses
hubieran nacido ya pensionistas, como si sus vidas de trabajo y esfuerzo,
autenticos motores de la nación, de la sociedad y de la Historia, fueran algo a
despreciar e ignorar… El problema es que lo que ha dicho en público el animal
este de ministro, lo piensan en privado muchísimos capitostes del dinero y de
la política en todas partes.
Por eso, la
alternativa que preparan para los viejos
desde ya es prolongar la edad para la jubilación hasta empatarla, si pudieran,
con la calculada estadísticamente para morirse. Y, para que no falte de nada,
endurecen cada vez más las condiciones de años cotizados para acceder a una
pensión. La estrategia es magistralmente siniestra: a partir de cierta edad uno
se muere antes si debe trabajar para sobrevivir o si debe hacerlo con una
pensión de hambre.
En el otro extremo
del espectro social están los jóvenes que esta sociedad, hiperconsumista hasta
hace poco, sublimó como paradigmas de lo bello, lo exitoso, lo placentero; como
patrones de valor absoluto. Pero el meteorico ascenso e implantación salvaje de
las tecnologías provocó ingentes crecimientos productivos con un volumen de
trabajo humano cada vez menor. Esto viene siendo letal para los jóvenes que
son, hoy por hoy, las mayores víctimas de esta crisis, la cual supone la
hegemonía y dominio del capitalismo especulativo y financierista frente al
productivo. El desempleo masivo, la precariedad generalizada, los salarios y
los contratos basura, la dependencia de los padres hasta los 30 años y más, la
imposibilidad de un proyecto de vida integral y autónoma, la emigración
forzosa, el acceso cada vez más tardio al llamado “mercado de trabajo” y la
salida cada vez más temprana e irreversible del mismo… provoca que los hasta
hace cuatro días sublimados jóvenes, vean hoy arruinado su presente y bloqueado
su futuro cuando sean viejos. ¿Qué jóvenes podrán garantizar 35 años de
permanencia en el trabajo para acceder a una pensión si entran en él rozando
los 30 ó más y con 45 ó 50 no pueden volver al trabajo si lo pierden en esta
vorágine infernal de la crisis?, ¿de dónde van a salir las contribuciones
sociales para su presente y su futuro de imposibles pensionistas?. El mensaje
que se les da es de idéntico signo. Si a los viejos se les recomienda morirse
antes de que los mate la exclusión social o cualquier enfermedad curable a bajo
coste, al joven se le dice: aunque sea robando el dinero para ello, hazte un
plan de pension privada porque, de lo contrario, tu vejez será la exclusión y
la muerte social y real cada vez más prematura. Es la injusticia triunfando, si
les dejamos, contra la biología y la medicina…
Pero no estamos sólo
ante un problema sectorial de los jóvenes de hoy y los viejos de mañana. Lo que
está en juego es la viabilidad y racionalidad económica y productiva y la
habitabilidad de esta sociedad nuestra frente a un sistema de capitalismo
esteril por especulativo que camina alegremente hacia el colapso sin parecer
importarle lo más mínimo.
Si no somos capaces
de construir, o reconstruir en gran medida y con las herramientas de una
democracia digna de tal nombre, un sistema económico y productivo capaz de
planificar para garantizar la vida socio-laboral de los jóvenes, su calidad y
estabilidad, estamos destruyendo objetivamente la pension y la asistencia de
los viejos de mañana. Quebrando así una ley histórica en virtud de la cual el
esfuerzo vital de los viejos era una herencia para que sus hijos y nietos
vivieran mejor en todos los órdenes de la vida. Hoy, por el contrario y por el
impacto brutal de esta crisis, cada vez son más los jóvenes que, a la
dependencia de sus padres, y de sus abuelos en muchos casos, añaden la certeza
de que no les espera una vida ni una vejez mejor que la que ellos tuvieron. A
lo sumo, adaptarse a malvivir con esa moneda de trabajo y pobreza en cada cara…
Si no se quiere
enfrentar el reto de construir desde ya y desde la base social cotidiana algo
nuevo y distinto a la medida de la vida
y la dignidad de la gente sencilla, inmensa mayoría, cabe la tentación
individualista de buscarse la vida laboral hoy y con arreglo a ello vivir o
morir la vejez mañana. Es una tentación en boga para tantísima gente joven
carente de referencias de valor y de
modelos alternativos viables. Pero hay que asumir que consumar esa tentación
supone para el futuro a medio plazo acarrear con sociedades invivibles por
violentas y desvertebradas, sujetas a una única norma que cabría definir de
darwinismo social: salvese quien pueda, sea joven o viejo…
*Exsecretario
general de la USO.
(Abril 2013)
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